«Lo que prevalece no es la herida ni el pecado, sino el amor de un Dios que siempre busca sanarnos». Triduo de señoras de Bogotá y Chía.
Del 5 al 7 de noviembre, 44 mujeres de Bogotá y Chía se dieron un espacio poco habitual en medio de la rutina: detenerse. El triduo de señoras de Bogotá y Chía se vivió como un tiempo de oración y acompañamiento espiritual que, gracias a un nuevo formato de asistencia diaria sin pernoctar, permitió mayor flexibilidad y una participación más cercana a la vida real de las asistentes. Katherine Jiménez lo expresó casi de inmediato, al reconocer que lo vivido iba más allá de una vivencia puntual. Para ella, el triduo fue «una experiencia liberadora y sanadora», en la que comprendió que «lo que prevalece no es la herida ni el pecado, sino el amor de un Dios que siempre busca sanarnos». En medio de la oración, relata, pudo reafirmar su identidad y abrir caminos de perdón que llevaba tiempo postergando.
Un encuentro pensado para detenerse, sanar y reencontrarse con Dios en medio de la vida cotidiana.
Desde el primer día, el ambiente dejó claro que no se trataba de cumplir un programa, sino de abrir un proceso interior. El propósito del triduo respondía a ese deseo: ofrecer un lugar seguro para encontrarse con Dios, con la propia historia y con otras mujeres que también llegaban con preguntas, cargas y expectativas similares. La preparación y el acompañamiento cuidaron cada detalle para favorecer el silencio, la escucha y la confianza.

Las participantes del triduo de señoras de Bogotá y Chía, un encuentro que reunió a 44 mujeres en tres días de oración, escucha y acompañamiento espiritual.
A medida que avanzaban los días, las charlas y los espacios de reflexión fueron tocando zonas más profundas. No desde la prisa, sino con paciencia. Patricia Murcia describe cómo ese ambiente le permitió mirar hacia adentro con mayor claridad y detectar aquello que dolía sin nombre. Gracias a ese proceso, logró «ver las espinas que estaban escondidas» y empezar a comprender su origen, valorando especialmente haber recibido «herramientas y dirección para iniciar procesos que estaban ocultos».
Un formato sencillo en un espacio seguro para abrir procesos interiores.
La experiencia no se vivió en soledad. La dimensión comunitaria fue clave para sostener lo que cada una iba descubriendo. En los momentos compartidos, muchas encontraron espejo, consuelo y ánimo. Mary Santos lo resumió al reconocer que «hay caminos donde la paz reina cuando Jesús sale a nuestro encuentro», y que ese amor se hizo visible en las compañeras con quienes pudo afianzar lazos de amistad sincera y compartir historias de vida que enriquecieron el recorrido.

Participantes del triduo anual de la sección de señoras de Bogotá y Chía, realizado del 5 al 7 de noviembre.
Al final, la pregunta ya no era solo qué había pasado en esos tres días, sino qué hacer con lo recibido.Como resumió Giovana Gil, todo lo experimentado invitaba a asumir un compromiso concreto: salir al mundo para dar frutos de amor, servicio y perdón, procurando actuar cada día con mayor coherencia y fe.
El triduo concluyó sin estridencias, pero con una certeza compartida. Lo esencial no fue el formato ni la duración, sino la posibilidad real de detenerse, escuchar y volver al corazón. Como quedó resonando en una de las participantes al despedirse, cuando se crea el espacio para que Dios actúe, siempre es posible empezar de nuevo.
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