Misionero venezolano en el Camino de Santiago. «Anunciar el evangelio en la España vaciada»
No todo en el Camino de Santiago son mochilas, bastones y paisajes de postal. Carlos Hernández, miembro del Regnum Christi de Maracaibo, participó en las Misiones de Semana Santa en el Camino de Santiago y relata cómo esta experiencia, vivida del 16 al 20 de abril en pequeños pueblos de la provincia de León, transformó su manera de entender las misiones y el llamado a evangelizar en tierra extranjera. En esta entrevista, comparte con nosotros lo que significó anunciar el Evangelio en la llamada “España vaciada”, acompañando a ancianos, personas en situación de vulnerabilidad y comunidades sin sacerdote.
¿Qué te motivó a participar en las Misiones de Semana Santa fuera de Venezuela, específicamente en el Camino de Santiago? ¿Cómo se dio esta oportunidad?
Gracias a Dios, tuve la bendición de participar como voluntario en el Jubileo de la Esperanza en Roma. Al terminar, decidí viajar a España para reencontrarme con familiares y amigos. No tenía en mis planes unirme a unas misiones durante ese tiempo, pero, de manera inesperada, algunos compromisos se cancelaron. Justo entonces, mientras revisaba Instagram, apareció el flyer de las Misiones en el Camino de Santiago. Lo sentí como una señal providencial. Sin dudarlo, supe que debía decir que sí.
¿Cómo te transformó esta experiencia?
Primero entendí que Dios llama de maneras muy distintas, pero su llamado siempre tiene una misma dirección: acercar los corazones a Él. Esta experiencia me recordó que la misión no depende del lugar, sino de la disposición del alma. Personalmente, fue muy gratificante descubrir que, en medio de lo que muchos llaman la «España vaciada», hay corazones profundamente llenos de fe y amor por Jesús, incluso en medio de la soledad y las dificultades.
Estas misiones, que se realizaron por segundo año consecutivo, nos llevaron a pequeños pueblos alrededor de Ponferrada —como Cabañas Raras, Cuatro Vientos y Cortiguera— donde pudimos ser testigos del Evangelio vivo en la sencillez de sus gentes.
¿Cuáles fueron las diferencias más notables que encontraste entre las misiones en España y las que has vivido en Venezuela?
Me sorprendió descubrir que, a diferencia de las misiones a las que estaba acostumbrado —donde se visita casa por casa—, aquí la dinámica era distinta: fuimos enviados a centros de personas con discapacidad cognitiva, hogares de acogida para niños y residencias de ancianos.
¿Cómo fue la experiencia de visitar a personas en situación de vulnerabilidad durante las misiones? ¿Algún encuentro que te haya marcado especialmente?
Además de los centros que ya mencioné, también fuimos a pequeños pueblos donde apenas viven entre 100 y 400 personas. La mayoría de sus habitantes son mujeres mayores, muchas de ellas viudas, cuyos hijos y nietos solo las visitan en ocasiones especiales o festivos. Creo que fue eso lo que más me tocó el corazón. Recuerdo especialmente a una señora muy enferma y que acababa de recibir un diagnóstico de cáncer. Con lágrimas en los ojos, nos contó a una consagrada y a mí que fue la única en todo el pueblo que se acercó a visitar el Monumento del Santísimo durante la noche del Jueves Santo y también a la mañana siguiente. Nadie más lo hizo.
¿Qué papel jugó tu grupo de Juventud y Familia Misionera en la Celebración del Triduo Pascual?
Dado que el sacerdote a cargo debía atender siete parroquias, se volvió indispensable el apoyo de los laicos para llevar adelante las celebraciones de Semana Santa. Aunque como jóvenes no podíamos presidir la Eucaristía, asumimos con responsabilidad la animación de las Celebraciones de la Palabra. Con la colaboración de un ministro extraordinario o de una consagrada también se distribuía la Comunión. Estas acciones, aunque sencillas, habrían sido muy difíciles de realizar para las señoras mayores del lugar, muchas de ellas con limitaciones físicas o auditivas.